Por Conservatorio Nacional de Música, Traducción Alejandro Lavanderos • Oír es conocer
Existe un consenso general a propósito del importante valor intrínseco de la música, que procura el goce, el sentido de los valores estéticos y un medio único de exploración de nuestros sentimientos y expresión de nuestras emociones. En el transcurso del último decenio, sin embargo, los profesionales de la educación musical se han mostrado cada vez más interesados por otro aspecto de la música, a saber, el efecto provocado por la producción de música sobre la activación del cerebro y conexión en red de la corteza cerebral. Nuevos descubrimientos provenientes de la investigación neurobiológica y demostrando que la educación musical termina por producir cambios remarcables en el sistema nervioso central han alimentado este interés. Hacer música constituye aparentemente un tipo de actividad que provoca eficazmente adaptaciones del cerebro a corto y largo plazo, llamada plasticidad nerviosa central.
La plasticidad nerviosa central permite al cerebro adaptarse a factores de entorno ambientales que no habían sido anticipados por los programas genéticos. Los cambios en neuronas de este tipo sufren fuertes variaciones en el tiempo: los primeros procesos de adaptación parten ya luego de algunos minutos mientras que los procesos a largo plazo pueden desarrollarse a lo largo de toda la vida de un individuo. Muchos procesos neurobiológicos diferentes son responsables de estos cambios en las neuronas, que se producen a diferentes velocidades. Mientras que la plasticidad a largo plazo se acompaña de un cambio de la estructura neuronal celular, de un crecimiento acelerado, de un aumento de las células nerviosas y de sinapsis así como del engrosamiento de las dendritas, los cambios rápidos son provocados por una transmisión sináptica mejorada de las señales nerviosas entre las células nerviosas y por la inhibición de impulsos perturbadores de las células nerviosas.
La investigación sobre los cambios plásticos del sistema nervioso central causado por las actividades musicales está en sus inicios, pero leyes importantes han sido descubiertas en investigaciones sobre los músicos. En una extremidad de la escala de tiempo, solamente algunos minutos de práctica instrumental pueden provocar una expansión del campo de actividad neuronal en el dominio de los segmentos de la corteza motora tanto como uniones estables entre la corteza auditiva y los dominios sensorial-motoros de la corteza cerebral. En el otro extremo, la práctica intensa de un instrumento de música conduce a un acrecentamiento de la densidad de las células nerviosas y del espesor de fibras de las células nerviosas en diferentes regiones del cerebro, particularmente cuando la formación musical comienza a una edad precoz. En consecuencia, los violinistas y los pianistas profesionales tienen un “corpus callosum”, que es la fibra de conexión esencial entre los dos hemisferios, más grueso que los no músicos, por más que hayan comenzado la práctica del instrumento antes de la edad de siete años. Porque a la vez la práctica del violín y del piano reposa sobre una perfecta coordinación de la mano derecha y de la mano izquierda, suponemos que la ampliación del corpus callosum refleja una adaptación especial del sistema nervioso central, inducido por la práctica. El intercambio de información entre los dos hemisferios necesariamente exactos en el tiempo y en el espacio, llega ya al engrosamiento de fibras – que a su vez se transforman en mejores transmisores – ya a la reducción de fibras celulares nerviosas en el marco de la pérdida evolutiva normal. Una ampliación similar del dominio del cerebro en los músicos profesionales ha sido demostrado en los dominios sensorio-motoros de la corteza y en el dominio auditivo de la parte posterior del lóbulo temporal, así como el cerebelo, que es el responsable de la buena coordinación de los movimientos.
Estos cambios anatómicos del cerebro se revelaron confinados a un período crítico antes de la adolescencia. El hecho que algunas de las investigaciones indiquen una clara correlación entre la amplitud del cambio anatómico y la edad de inicio de la práctica musical contradice la hipótesis según la cual estas diferencias serían innatas y la causa tal vez de la consecuencia de una práctica musical mejorada. Las investigaciones futuras sobre los niños y los adolescentes aprendiendo a tocar un instrumento permitirán determinar el orden de los acontecimientos.
Las investigaciones citadas más arriba demuestran de manera convincente que la práctica musical puede ser usada como modelo para los estudios de la plasticidad nerviosa. Así abierto, este ámbito de investigación destaca un cierto número de preguntas vitales para la investigación: ¿cuál método de formación sería el más eficaz para aprender un instrumento y poder lograr adaptaciones de la plasticidad del sistema nervioso central? ¿Estos descubrimientos pueden ser utilizados en la educación musical? ¿Las leyes del aprendizaje musical se aplican a otros dominios de actividades? ¿Qué rol juegan los genes en el desarrollo de los cambios plásticos? La producción de música requiere de un control cerrado de su propia ejecución y de una corrección de sus propios defectos. ¿Qué tipo de adaptación plástica se produce en los dominios responsables del control y del hacer?
Finalmente, debemos retener en el espíritu que la música puede provocar las emociones más poderosas. Tales respuestas emocionales poderosas son acompañadas por reacciones del sistema nervioso autónomo como escalofríos a lo largo de la columna vertebral y por modificaciones de las pulsaciones del corazón, estas reacciones son causadas fisiológicamente por las actividades del cerebro en el dominio de los ganglios fundamentales, las amígdalas, del cerebro central y del lóbulo frontal inferior de la corteza – dominios pertenecientes a una red que programa auto-gratificación, emoción y motivación. Investigaciones posteriores mostrarán hasta qué punto los cambios plásticos del sistema nervioso mencionados más arriba están basados sobre este sistema de auto-gratificación y motivación.
Parece plausible que la expansión de ciertos centros del cerebro, una más grande densidad de células nerviosas o una conexión más eficaz entre los hemisferios mejoran sobre todo las aptitudes cognitivas. Muchas actividades mentales entre las más sofisticadas dependen de manera vital de la velocidad de transmisión neuronal y de la cantidad de recursos neuronales disponibles. Asombrosamente, los “datos duros” que prueban los efectos de la transferencia de las facultades musicales hacia otros dominios cognitivos son raros. Si bien existen muchos informes demostrando una correlación positiva entre el talento musical y los resultados escolares en los niños y jóvenes, no se sabe siempre con certitud si los niños músicos son mejores alumnos porque practican la música o si mejores resultados escolares y una más amplia musicalidad no dependen de otros factores comunes muy diferentes. Es razonable pensar que las condiciones socio-económicas juegan un rol importante. Las familias que disponen de mejores recursos financieros otorgan habitualmente más importancia a la formación intelectual de sus hijos y es probable que esos niños reciban clases particulares de música y de instrumentos de gran calidad. Desde mi punto de vista, los efectos de transferencia más convincentes pueden ser encontrados en los dominios relevantes de la “inteligencia emocional”: la práctica musical mejora la capacidad del niño para reconocer el contenido emocional expresado en el lenguaje hablado.
En resumen, está ampliamente demostrado que la enseñanza y la práctica musical, afectan el desarrollo y la conexión en red del cerebro a un nivel que no se encuentra en ninguna otra actividad humana. Concerniente a los efectos de transferencia relativamente raros de la educación musical sobre otras competencias, yo sospecho que no hemos aún encontrado los test o métodos de investigación adecuados para demostrar verdaderamente el impacto a largo plazo (probablemente enorme) de la educación musical sobre nuestros pensamientos y sentimientos.
Dr. Eckart Alenmüller, neurólogo
Director del Instituto de Musicofisiología y Medicina para Músicos (IMMM),
Escuela Superior de Música y Teatro de Hanover, Alemania
Publicación de la Asociación Europea de Conservatorios, Academias de Música y Escuelas Superiores de Música, XXX Congreso Karlsruhe, 7 – 10 de noviembre de 2003